El secreto de Chile
Carlos Alberto Montaner
Obama está a punto de llegar a Chile. Hace bien. Chile se ha puesto a la cabeza de América Latina. ¿Cómo lo logró? ¿Qué ocurrió en ese país? Hablemos de eso.
Hace un año Sebastián Piñera llegó a la presidencia de Chile saludado por un terremoto devastador cuyos daños fueron calculados en treinta mil millones de dólares. No obstante, el balance objetivo de esos 12 meses es razonablemente bueno. Veamos números: crecimien- to del PIB de un 5.2%, ligero aumento de la productividad, reducción de la inflación en un 25% (de 4 pasó a 3), disminución de la delincuencia y un clima social relativamente sosegado, pese a que cierta izquierda rabiosa intentó presentar al nuevo gobierno como el retorno del pinochetismo, lo que presagiaba una atmósfera conflictiva.
En todo caso, más importante que los logros de Piñera o que sus fallos -subió inesperadamente los impuestos, evitó la creación de una necesaria central eléctrica a carbón por presión de los ambientalistas- es la continuidad sin sobresaltos de su obra de gobierno. De la misma manera que en 1989, presidida por el democristiano Patricio Aylwin, una coalición de centro izquierda sustituyó a la dictadura de Pinochet tras reñidas elecciones, pero no renunció a los aspectos positivos que dejaba el general, sino que se dedicó a edificar una democracia moderna, regida en lo económico por el mercado y la empresa privada, Piñera ha hecho exactamente lo mismo: asume el poder tras la socialista Bachelet y no destruye nada. Sencillamente, continúa la marcha, propone ciertas medidas de gobierno que a él y a sus expertos les parecen más eficaces, rectifica o revoca otras, y todos permanecen sometidos a la autoridad de la ley y de las instituciones.
Por eso Chile es hoy la nación más exitosa de América Latina. La inmensa mayoría de la sociedad está de acuerdo en que el mejor modelo de convivencia es el que se encuentra dentro del paradigma político de la democracia liberal y en los fundamentos económicos del mercado y la supremacía de la sociedad civil.
Quienes componen el abanico de la democracia liberal chilena -democristianos, socialdemócratas, liberales y conservadores, cualesquiera que sean sus nombres oficiales-, han entendido que no son enemigos irreconciliables, sino miembros de una misma familia política, capaces de hacer coaliciones, apenas diferenciados por matices que no cuestionan el sistema en el que viven, sino el estilo de la gerencia.
Ésa es la madurez. Así se comportan las naciones serias.
Es verdad que en las sociedades triunfadoras los héroes no suelen ser los políticos, sino los empresarios destacados que generan riqueza, los científicos que han logrado grandes descubrimientos, los atletas que han conseguido romper marcas olímpicas o los intelectuales y artistas universalmente admirados. En estos países las sociedades no se sacrifican para glorificar a sus gobernantes, sino sucede a la inversa: los gobernantes se sacrifican para gloria de las sociedades a las que sirven. No llegan al poder para mandar, sino para obedecer y servir.
Eso es lo que Chile vie- ne haciendo desde hace más de veinte años. No hay más secreto.
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN .
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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