Análisis y balance del discurso presidencial
En la medida de lo posible
El 67 por ciento de popularidad de Bachelet no es endosable a la candidatura de Frei. La actual decepción que muestran los chilenos frente a Piñera, al candidato de la Concertación y al sistema de partidos políticos, tiene que ver con la ausencia de caras nuevas y de proyectos que motiven a participar en un cambio político que beneficie al país.
Por Arturo Arriagada*
El apoyo ciudadano a Michelle Bachelet no puede explicarse sólo por la crisis económica y el bolsillo de los chilenos. Su discurso político -ese que logró construir entre aciertos y errores- refleja también la decepción frente a un sistema político que se sigue conformando con lograr cambios en la medida de lo posible.
Bachelet está de fiesta y celebró su 67% en las encuestas con un efectivo discurso el pasado 21 de Mayo para insistir en su gran legado, la protección social. Rompió la piñata en plena crisis económica y se dio el lujo de entregar bonos a los chilenos más necesitados. Sus invitados no pudieron pelar el evento -y quienes lo intentaron- terminaron quedando como mal educados. Fue el caso de Piñera quien se quejó porque el bono de $40 mil pesos era muy poco, en tanto Frei esperaba una atención más personalizada por parte de la anfitriona. Son esas mismas declaraciones las que permiten interpretar el 67% de Bachelet.
Bachelet llegó a La Moneda representando el cambio -al ser la primera mujer Presidenta de Chile- sin total claridad sobre cómo lograrlo. Si bien el criterio era cuestionable, la idea de la paridad intentó marcar una diferencia. Con la seguridad que da ganar una elección -pero sin la delicadeza que entregan los años de oficio político- manifestó su desconfianza ante los partidos y la elite concertacionista. Ese acto afectó sensibilidades que luego terminaron por pasarle la cuenta.
Cuando empezaron los tiempos difíciles -cartillazo a ministros, Pingüinos, cambios de gabinete, Transantiago, entre otros- Bachelet necesitaba de un discurso político que le permitiera echar a andar su gobierno. Mientras se hablaba de crisis de liderazgo, ella optó por crear comisiones - educación, reforma previsional, equidad- para discutir y acordar el futuro de Chile. Era la reacción por sobre la acción a las emergentes -y muchas veces postergadas- demandas sociales.
Si bien esas iniciativas tuvieron resultados disparejos, fueron señales de que Bachelet quería cambiar las cosas pero algo se lo impedía. El establishment político no se sentía cómodo en ese contexto y tanto la Concertación como la Alianza intentaron frenar un estilo de hacer política que simplemente no entendían. A esto se sumó que la figura de Ricardo Lagos -quien había terminado de escribir poco tiempo atrás el manual sobre cómo ser un buen presidente- se desprestigiaba al revelarse los excesos y omisiones de su gobierno.
La lealtad de Bachelet con Lagos -sin dejar de mostrar incomodad ante el asunto- fue el inicio de su discurso político que hasta ahora está siendo comprendido y aprobado por la ciudadanía. Si en los 90' el entonces presidente Aylwin señalaba que la justicia llegaría "en la medida de lo posible", Bachelet hacía propia esa expresión para explicarle al país el desempeño de su gobierno. Su frase sobre la intuición respecto de partir con el Transantiago fue fundamental para su discurso político.
Con la llegada de la crisis económica el malestar social se empieza a sentir, aunque Bachelet no es la que paga los costos. La encuesta nacional UDP -en noviembre de 2008- reflejaba que un 63% de los chilenos creía en la voluntad de la Presidenta para llevar a cabo reformas, pero que los partidos no la apoyaban. Tal cual como en su discurso político, los ciudadanos intentan -en la medida de lo posible- no culpar a Bachelet por la ausencia de cambios y viven con ella la decepción frente a un establishment político con nombre y apellidos.
Por lo mismo, el 67% de popularidad de Bachelet no es endosable a la candidatura de Frei. La actual decepción que muestran los chilenos frente a Piñera, Frei y al sistema de partidos políticos, tiene que ver con la ausencia de caras nuevas y de proyectos que motiven a participar en un cambio político que beneficie al país. Ambos candidatos son parte de una estructura que se acostumbró a funcionar en la medida de lo posible y que le teme a esos cambios. Una cosa es el aprecio que los chilenos le tienen a Bachelet -por sus buenas intenciones- y la otra es creer que alguien como Piñera o Frei van a transformar -en la medida de lo imposible- las intenciones truncadas de Bachelet.
*Arturo Arriagada es académico, Escuela de Periodismo UDP.
Fuente:EL MOSTRADOR
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Rodrigo González Fernández
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