Carlos Peña G.
En el "Crack Up'' Fitzgerald relata cómo un día, y por motivos que casi no recuerda, su vida se rompió en pedazos. Aunque luego juntó los trozos con esmero, su existencia nunca volvió a ser la misma. Desde entonces cualquier circunstancia una copa de más, un insomnio, incluso un día de sol amenazaba con romperla de nuevo. Y la grieta aparecía.
Todos, o casi todos, tenemos un Crack Up, un quiebre, escondido por ahí. Es la fuente de esas rabias inexplicables, de ese vacío, de esa incomodidad sin motivo aparente.
Y por lo visto esta semana los partidos políticos también la tienen.
De otra manera no se explica que, como le acaba de ocurrir a la derecha, circunstancias al parecer inofensivas un proyecto de ley más o menos previsible, una cena de funcionarios municipales, cosas así acaben en una rencilla y saquen a la luz esa grieta por la que se cuelan los peores sentimientos.
Entonces Piñera no es el candidato de la Alianza, sino el sujeto que algún día votó que no; ya no es el tipo efervescente de ideas y de palabras, sino el competidor maledicente que alguna vez faltó al fair play; deja de ser el emprendedor que crea riqueza y pasa a ser simplemente un ambicioso, un incontinente; y su sonrisa deja de ser un gesto de amistad y pasa a ser una mueca rara que se ofrece apenas como un automatismo.
Y Allamand lo mismo. Apenas la grieta surge de nuevo él pasa de teórico del desalojo, a plagiario desleal; de samurái a súbdito castigado; de hijo pródigo a oveja negra.
Ese tipo de rencores no son, por supuesto, privativos de la derecha. Son parte de la condición humana. Y la Concertación los tiene también a raudales.
La diferencia entre la Alianza y la Concertación no está entonces en la cantidad de rencores que una y otra poseen, o en los quiebres que alguna vez padecieron, sino en la diversa capacidad para reprimirlos, evitar que se transformen en fobias y racionalizarlos productivamente. En una palabra, la diferencia entre una y otra coalición radica en que una logra reprimir la subjetividad de sus actores, transformándola en acción colectiva, y la otra en cambio no. Una logra domeñar la subjetividad de sus miembros; la otra en cambio permite que ella impere sin control alguno.
Esa diversa capacidad de autocontrol que tienen una y otra coalición, y al interior de ellas uno y otro partido, es la que hace la diferencia a la hora de competir.
Y en eso la UDI, hay que reconocerlo, con todos sus defectos, ha hecho muchísimo más que Renovación Nacional. El ejemplo de Jaime Guzmán una muestra de paciencia y de frialdad como pocas le ayudó a adquirir ese moderado ascetismo, esa astuta paciencia, que es clave a la hora de construir proyectos colectivos.
Renovación Nacional, en cambio, es todo lo contrario. En ella ha habido casi siempre una ambición dispendiosa. El mejor ejemplo de ello fue la patrulla juvenil uno de los orígenes del Crack Up que ahora los persigue donde la ambición y la vanidad fue casi el único aliño de la acción política. Es cosa de acordarse de la inconsciencia de esos años en los que el cielo era el límite. Esa exacerbación de la subjetividad ha acompañado siempre a ese partido. Y Piñera, la víctima actual de esos rencores, es también uno de los principales culpables de que ella exista. Su extrema autoconfianza y su ambición el revés de esos sentimientos es casi siempre la minusvaloración de los otros le recuerda a la UDI que en el largo plazo esos sentimientos lo deteriorarán todo.
Por eso, y a pesar de las apariencias, en las discordias de esta semana los dirigentes de la UDI que se molestaron por los actos de Piñera y de Allamand no actuaron irreflexivamente.
Cuando la UDI se eriza por cualquier gesto de Piñera o de Allamand no está siendo alimentada por la simple pequeñez personal o el egoísmo. Justo al revés. Sus dirigentes saben que la exacerbación de la subjetividad y el narcisismo que Piñera y Allamand han ejercitado siempre en la derecha para ser justos, el primero más que el segundoacaba, más temprano que tarde, deteriorando los proyectos colectivos y estropeando esa espera astuta, esa ardiente paciencia, que, según enseñaba Jaime Guzmán, era la clave del éxito político.