Breve diccionario de la revuelta
08.27.2011 | 13 Comments
Publicado por La Tercera, 27 de agosto de 2011
Las palabras no sólo indican cosas y actos, sino también señalan cuál es la identidad de quien habla. Lo hacen por el tono con que se dicen -aun por escrito puede dárseles "tono"-, por su relación con otras palabras, por el contexto semántico y por el estilo del decir, o modo sintáctico. Con su percepción y expresión, con las palabras que escoge, el hablante define eso que aparece ante él y luego, sobre esa base, prepara los actos con que reaccionará o actuará. Sólo en el lenguaje de las matemáticas el significado no es afectado por quien lo usa; tampoco refleja su personalidad y creencias. Dos más dos es siempre cuatro, la raíz cuadrada de 9 siempre es 3; no pueden haber o suponerse "implicaciones", "subtextos", etc. El Verbo, en cambio, como en el Génesis bíblico, no sólo nombra sino crea. Las palabras están cargadas de alusiones, de significaciones, de insinuaciones. En dicha condición se apoya la literatura. Las palabras revelan, entonces, un objeto y una interpretación, pero por lo mismo también al intérprete. Es este quien escoge una o dos de las infinitas facetas ante su vista y el que, a menudo inconcientemente, las resalta, destaca, juzga o evalúa. A su vez este intérprete, hijo de su tiempo, revela lo que su período histórico es o cree ser, su modo colectivo de mirar el mundo. Un ejemplo a la mano es el del título mismo de esta nota; el fenómeno que otros llaman "movilización", con toda la carga positiva implícita que tiene de "gente-de-ejemplar-espíritu-ciudadano-reaccionando-ante-la-injusticia", aquí lo hemos mentado de adrede como "revuelta", palabra que suena a aquelarre desordenado, caprichoso, dañino, infantil, irracional o al menos irrelevante. "Revuelta" es un término cargado negativamente. Si en cambio usáramos "Rebelión", sonaría muy bien. Quien se rebela es siempre Espartaco rompiendo sus cadenas. Podemos entonces examinar los términos que ahora se prefieren en medio de esta "movilización" -o revuelta, si le gusta más ese término- y con ellas colegir lo que está en el aire, las actitudes y valores que implícitamente las alimentan y las corrientes de fondo que sostienen todo eso.
Léxico en Desuso
En el ámbito político las palabras hoy a la moda ocupan los espacios que dejaron las que ya cayeron en desgracia y obsolescencia por no estar vigentes las condiciones y estados anímicos que las sustentaban. Las palabras jubiladas suenan, hoy, cuando se vocean, como esos términos extravagantes y hasta cómicos que aparecen en los diccionarios antiguos acerca de objetos que pertenecieron a prácticas sociales olvidadas, desvanecidas. De hecho, parte importante de la utilidad de un diccionario es precisamente exhumar palabras de escaso o ningún uso pues las demás, las vigentes, casi no necesitan consulta. Entre las expresiones del mundo político que hoy resuenan a hueco y con notorio sabor a polvo y cenizas se encuentran "política de los acuerdos", "consensos", "en la medida de lo posible", "estamos trabajando en eso", "autoflagelantes" "auto complacientes", "renovados" y "barones". Son palabras de la era del camarín concertacionista y reflejan un espíritu que podemos resumir como transaccional y racional, entendiendo esto último no como recta línea cartesiana trazada entre el presente atroz y el resplandeciente futuro, sino curva sinuosa y temblorosa aceptando todos los vericuetos de la situación, los accidentes del camino y los intereses en juego. Es el lenguaje de una coalición sin utopía aunque ahora la exija, sin relato épico aunque en estos días lo demande, sin convicciones absolutas que sólo hoy acaba de redescubrir. Todas esas palabras hablan de la suavemente incómoda coexistencia, en esos años, entre los ideales y aspiraciones juveniles y los intereses y necesidades de la edad madura. Engordados, cebados, domesticados por el privilegio y el poder, sus personeros tendieron sólo a emprender aquello que Aylwin, magistralmente, bautizó como "en la medida de lo posible", lo cual en la práctica devino en un "en lo posible, no hacer casi nada". Satisfechos, perduraron por 20 años; de ahí la expresión "barones" haciendo alusión a dirigentes partidistas ya casi vitalicios, astutos, manipuladores de viejas retóricas para el populacho y al mismo tiempo excelentes intermediarios, consejeros y lobbistas para los empresarios. ¿Y qué requería ese estado de cosas para alcanzar la perfección? Simple: que se prolongara eternamente. De ahí la importancia trascendental del término "consenso". En la medida que hay consenso no hay conflicto, en la medida que no hay conflicto hay duración. Nunca se pronunció tanto la palabra "consenso" como en esos gloriosos tiempos.
Nuevo Diccionario
¿Cuáles son los términos que ahora la llevan? ¿Los que se vociferan en los discursos? ¿Los que aparecen con frecuencia en las columnas de los analistas? Son los siguientes: "intransigencia","plebiscito", "clase media", "malestar social", "inequidad", "combatiente", "ingobernabilidad", "no al lucro", "crisis".No se requiere un lingüista de genio - o "semiólogo", en el lenguaje retorcido de hoy, tan dado a las siutiquerías- para darse cuenta que dichas expresiones son las propias de períodos muy complejos. La palabra "crisis" y la palabra "ingobernabilidad" lo expresan directamente. Lo mismo "malestar social". Otras son más indirectas. El término "Inequidad", por ejemplo, del que en estos días se hace un uso frenético, es vocablo repleto de carga y muy representativo. Está normalmente asociado a una actitud de indignación basada en la premisa que cuando nos encontramos ante un "A es mayor que B" estamos simultáneamente en presencia de una injusticia, esto es, A no tenía derecho a ser o tener más que B. Aunque a menudo así pueda ser, eso sólo es un dato contingente que debe examinarse y no un silogismo de valor absoluto y a priori. "A" podría con toda razón ser más o tener más que "B" o podría no tener ninguna razón, pero en el razonamiento político actual aparece de partida, antes de examinarse, como un mal absoluto. Y el argumento sigue de este modo: la desigualdad es automática y necesariamente una injusticia, la injusticia es pura y simple inequidad y la inequidad valida y legitima cualquier medio para ponerle término. Es la lógica no de Aristóteles sino de Lenin, la dialéctica del enfrentamiento. Lo mismo con "lucro", que se ha convertido ya casi en una palabra obscena. ¿E intransigencia? En otros tiempos era palabra cargada negativamente, equivalente a la inflexibilidad y la tozudez. Ser intransigente casi era idéntico a ser un imbécil. Hoy no. Hoy la intransigencia suena, en las orejas de muchos, como la legítima y cerrada defensa de un valor absoluto que en dicha calidad no admite transacciones. Supone, entonces, un interlocutor que no escucha nada, salvo su propia voz. Se la asocia a la pureza, a la incontaminada juventud que no ha negociado, no ha traicionado, no se ha entregado.Finalmente, tenemos "plebiscito". Hasta hace no mucho era palabra sospechosa que olía a regímenes dictatoriales imponiendo su voluntad con un fingido ejercicio democrático. ¿No los celebró el mismísimo Pinochet? Hoy ya no. Hoy plebiscito suena, al contrario, como el más elevado y legítimo mecanismo democrático "para averiguar el deseo de la ciudadanía". De un plumazo, en el lenguaje de hoy todos los ripios y defectos graves del mecanismo plebiscitario -de lo cual hay infinidad de ejemplos- han sido borrados. Hay más términos. A muchos los carga una rabiosidad inédita. Otros son simplemente abstracciones vacías. A veces también hay en ellos autentica sed de justicia. Como sea, reflejan cambios de alma que no habíamos previsto. Esté atento cuando los oiga o los lea; no son indiferentes, meros sinónimos de lo mismo.
Saludos
Rodrigo González Fernández
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