Surgen análisis y diagnósticos en relación con los acontecimientos de los cuales hemos sido testigos en Chile, en los que las demandas y protestas estudiantiles son lo más visible, pero no lo único. La presión como fórmula de obtener objetivos ha pasado a constituir una herramienta útil y validada como arma eficiente para quienes desatienden fórmulas para resolver sus problemas o dar satisfacción a sus propósitos.
Cuando ello ha llegado al nivel que estamos conociendo, a mí juicio, se está entrando en terreno peligroso. La política y los políticos han perdido la confianza de las mayorías, y la democracia como tal se ha debilitado.
Visualizar esa realidad antes que sea demasiado tarde es valioso. Constituye un mérito el que se hayan expresado por la sociedad demandas que deberían haberse detectado y enfrentado como la educación y otros problemas. Se requerían hace tiempo ya soluciones que al no haber sido adoptadas oportunamente han permitido darse cuenta ahora que algo más allá de esos problemas irresueltos está sucediendo.
En ese sentido advierto que existen signos evidentes de deterioro de lo que constituían preciados activos que entre todos fuimos capaces de construir. Partidos políticos legitimados; Gobierno y oposición capaces de formular políticas de Estado; instituciones sólidas y que cumplían sus roles; respeto por el sistema republicano y representativo; ejercicio del poder político a nivel del legislativo y ejecutivo; canalización de las demandas sociales; responsabilidad en la formulación de éstas y capacidad de diálogo, fueron activos que la sociedad chilena construyó y que palió en parte todo el sufrimiento que, a su turno, la pérdida de los mismos nos llevó a experimentar.
La solución a legítimos problemas latentes y no resueltos busca seguir caminos que se alejan de los ejes que creíamos constituían parte importante de la arquitectura institucional. Los demandantes -muchas veces con razones fundadas- no confían en las instituciones, visualizan a sus representantes como actores poco validados para dar respuestas a sus requerimientos, y, en consecuencia se niegan a dialogar con las autoridades que todos elegimos para dirimir nuestras diferencias y construir un proyecto país.
Cuando se produce dicha situación, surgen colectivos que aspiran, en forma directa, a definir la manera de dar satisfacción a aquello que constituye su propio objetivo. Así se confunde el bien personal (por legítimo que sea) con el bien común. Grupos se arrogan una representatividad y ejercicio del poder que no les compete sino a las instituciones y personas elegidas en el contexto del sistema político legalmente establecido. Se arriesga a caer en una dictadura de la minoría que busca ejercer el poder a través de la presión o a abrir los espacios para el surgimiento de modelos populistas.
Pareciera que es necesario -junto a dar urgente solución a temas puntuales como la educación- reformular la arquitectura del sistema político, económico y social de acuerdo a los nuevos requerimientos de la sociedad. Ello exige acuerdos políticos y sociales con real contenido. Lograrlos implica un debate con la seriedad que conlleva un cambio de esa naturaleza. El inmediatismo, la democracia directa o soluciones parciales no constituyen fórmulas para encontrar el sistema que debería recoger las aspiraciones de cambios. Asumir esa tarea parte por legitimar la función política, fortalecer la democracia y recuperar las confianzas perdidas en las instituciones y poderes del Estado.
JUAN EMILIO CHEYRE
Saludos
Rodrigo González Fernández
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