Freud y Weber.Una meditación
- La política como profesión
Dentro de la vasta obra del sociólogo alemán, Max Weber( 1864- 1920), quizá uno de los textos que más destaque, por su vigencia, sea La política como vocación, traducido también como La política como profesión, ya que en alemán el sustantivo Beruf puede adquirir uno y otro significados. Sin embargo, es obvio que Weber, dado el desplazamiento que hace del concepto, utiliza el término con el objeto de crear un juego semántico entre ambos significados, al tiempo que precisarlos.
La parte más sugerente del texto, cuyo origen es una conferencia pronunciada por Weber en Munich, en 1919, Politik als Beruf sea el de la compleja relación ética y política. La fecha de la conferencia es indicativa, por sí misma, del ambiente, que rodeaba a Alemania al término de la guerra, y de las preocupaciones políticas del autor respecto al país y al futuro orden internacional.
Algunos conocedores de Weber subestiman¸ o por lo menos consideran subsidiarios de su obra teórica, los escritos políticos, cuando éstos constituyen un manantial inagotable para el análisis político contemporáneo.
Tratándose de un trabajo a medio camino entre los trabajos teóricos y los de análisis concreto de la realidad política, Weber introduce, subrepticiamente, su valoración sobre el binomio mencionado, así como sólo deja entrever su posición respecto a la relación entre ética y política en el marco de la historia moderna de Occidente.
Tras la larga y profunda descripción de la política- entendida como parte de la condición humana- y los elementos que la constituyen, y un apretado resumen sobre las formas de la dominación, tema éste ampliamente desarrollado en Economía y sociedad , así como el de la relación entre periodismo y política, Weber acomete la tarea de distinguir entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, teniendo como eje, o telón de fondo, la forma de dominación carismática y la figura del demagogo.
Antes de continuar, y en mor del pensamiento weberiano, debemos hacer dos aclaraciones; la primera, de orden metodológico, en referencia a los tipos ideales: las categorías distintivas utilizadas por Weber en éste como en otros trabajos, como él mismo lo señala, jamás se encuentran en la realidad en estado puro; unas y otras se mezclan, se compenetran y hasta se confunden. La tarea del sociólogo es describir dichas categorías contrastándolas permanentemente con la realidad concreta, en pos de un alto nivel de objetividad, sin que ello implique, como muchos lo han querido ver, un extravío positivista. Después, y es importante subrayarlo, nada más alejado de Weber que una posición ingenua o determinista sobre la política- la política como des-ilusión. El centro de ésta lo constituye el poder, su obtención, distribución y transmisión, los intereses y el uso legítimo de la violencia por parte del Estado. Poder y violencia constituyen los polos entre los cuales se desarrolla la política y se constituye una posición ética respecto a ella, así como las tensiones que implica el par legalidad y legitimidad en el orden del mandato y la relación de medios a fines.
Mucho menos, pretende Weber la defensa de una ética absoluta como cartabón para todas las acciones humanas; por el contrario, y sin duda alguna por influencia de Nietzsche, postula la idea de una ética relativa- que no relativista- para el orden político.
Según Weber, tres cualidades definen al político: la pasión, el sentido de la responsabilidad, y la tan celebrada ya por Aristóteles, mesura.
Sin embargo, continúa Weber, "no todo queda arreglado con la pura pasión, por muy sinceramente que se la sienta. La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una causa y no hace de la responsabilidad para con esa causa la estrella que oriente la acción. Para eso se necesita (y esta es la cualidad psicológica decisiva para el político) mesura (Augemass), capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, guardar la distancia con los hombres y las cosas. El no saber guardar distancias es uno de los pecados mortales de todo político y una de esas cualidades cuyo olvido condenará a la impotencia política a nuestra actual generación.
Aunque se trate de un doble salto mortal, no es forzado encontrar un puente entre la afirmación de Weber y el Principio de realidad y la teoría de las neurosis de Freud (1856-1939). Por supuesto, no sugiero que haya alguna influencia directa entre ambos pensadores. Desconozco si Weber leyó a Freud, cosa que no sería difícil dada la erudición que caracterizó al autor de Sociología de las religiones; de lo que sí estoy prácticamente seguro es que Freud no conoció, al menos de primera mano, los trabajos del primero. Igualmente, me cuido de hacer una traslación mecánica de una teoría a otra, cuando, cada cual, apunta a ámbitos de vida distintos. Sabemos del riesgo que implica el intento de explicar la totalidad de la realidad humana desde un único paradigma; más, en el caso del Psicoanálisis, y particularmente del freudiano- no así para el caso de Lacan-, cuando la interpretación de los fenómenos sociales y culturales encuentra el límite del propio individuo, sin reconocer la singularidad y especificidad de los fenómenos sociales, culturales y políticos. Ello no resta, en absoluto, importancia al Psicoanálisis y mucho menos al análisis que nos propone de la cultura, a partir de la teoría de las neurosis, el sueño y su vínculo con el mito.
Quizá, lo único que esté proponiendo con esta tesis sea la de la urgente necesidad de diálogo entre el Psicoanálisis y la Historia.
De igual modo, en la afirmación de Weber se observan dos presencias no menos importantes: la de Kant y su concepto de Ilustración como salida del estado de inmadurez (Unmündigkeit) y la de Schelling y el problema de la libertad, amenazada por el ensimismamiento.
Nada más peligroso para un político que la vanidad y la ausencia de una clara finalidad; la primera desdibuja la segunda, reduciendo la acción política al efecto de una pura imagen, a la lucha del poder por el poder( Machtpolitik). Nuevamente, podemos trazar un puente con Freud a partir del narcicismo. El narcisismo se juega toda su condición en la imagen. La lógica a la que está sometido es aquélla del todo o nada. Pero dado que toda imagen es endeble, volátil, el narcicista tiene que confirmar una y otra vez, incansablemente, la imposible solidez de la misma.
La responsabilidad en Weber podría encontrar un paralelo con la relación de objeto, en Freud. Gracias a ese objeto, la pulsión parcial y autoerótica se supera y alcanza su plenitud en la medida en que ese objeto no es el doble que reclama todo narcicista, ni tampoco responde a lo que Freud comprendió como narcisismo secundario, es decir, el objeto, identificado como tal, en función de la satisfacción de la demanda; en caso contrario, si ese objeto no satisface la demanda, se le inviste de poderes puramente negativos ( Unsachlichkeit.)
Para Weber, esta situación, pero desde una perspectiva distinta, constituye, junto a la relación medios-fines, el dilema ético por excelencia. La ética no puede ser un medio de autolegitimación- la racionalización neurótica, de Freud. Si hay algo abyecto en el mundo, dice Weber, es esto, y éste es el resultado de esa utilización de la ética como medio para tener razón.
"Cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de dios que las hizo así. Quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad, por el contrario, toma en cuenta todos los defectos del hombre medio. Como dice Fichte, no tiene ningún derecho a suponer que el hombre es bueno y perfecto y no se siente en situación de poder descargar sobre otros aquellas consecuencias de su acción que pudo prever." ¿La doble conciencia, o conciencia escindida de la condición histérica, según Freud?
Un momento después, Weber se concentra en lo que parece el núcleo del problema ético en política: la relación medios a fines y que, más allá de la discusión ceñida al texto, parece constituir un hilo conductor a lo largo de toda su obra, particularmente, en La ética protestante, cuando describe el mundo moderno- también por influencia de Nietzsche- como un proceso de pérdida de valores en función de una racionalidad sujeta a la lógica de la eficiencia y eficacia.
"Ninguna ética en el mundo puede eludir el hecho de que para conseguir fines buenos hay que contar en muchos casos con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad e incluso la probabilidad de consecuencias laterales moralmente malas. Ninguna ética del mundo puede resolver tampoco cuándo y en qué medida quedan santificados por el fin moralmente bueno los medios y las consecuencias moralmente peligrosas."
La ética acósmica niega la posibilidad de resistir el mal con la fuerza, sin embargo, en la lógica de la ética política, el mal se resiste con la fuerza, a condición de no hacerse su cómplice. La pregunta sigue siendo, cuál es el limite de aplicación de esa fuerza.
La ética de la convicción, arraigada en una profunda convicción religiosa, se valdrá de cualquier artimaña para alcanzar el fin perseguido, a costa de cualquier consecuencia. Como se representa como un bien ético por encima de otros. O incluso como el único bien ético, persigue al mal que lo amenaza valiéndose de cualquier medio.
Había que añadir que una ética sostenida en la convicción y no en la responsabilidad, trabada la primera en el maniqueísmo, reduce el mundo y la historia a su pura dimensión policial : la lucha entre dos principios, el bien y el mal. Y como esa lucha jamás se detiene, tampoco encuentra término. Por el contrario, la ética de la responsabilidad siempre encuentra un límite. "No puedo hacer otra cosa, aquí me detengo", dice Weber.
Volviendo a Freud, no es difícil pensar que el carisma se sostiene sobre una base paranoica. Ése y ésta parten de una sobrevaloración yoica. "Soy el elegido"
No es gratuito que Freud encontrará un vínculo indisoluble entre narcisismo y psicosis. El psicótico anula la realidad para imponer, sin condición su deseo. El paranoico encuentra, de modo irrecusable e infalible, relaciones ocultas en el mundo.
Es importante aclarar que la utilización de categorías psíquicas no designa un fenómeno propiamente patológico. Freud nos planteó la posibilidad de comprender el mundo "normal" desde el patológico y viceversa. Al intentar aproximar ambas teorías no intento acusar al fenómeno político como patológico, y mucho pretendo ofrecer un diagnóstico clínico de algunos miembros de la clase política. Quien haya tenido el menor contacto con el Psicoanálisis sabrá que es imposible psicoanalizar fuera del espacio analítico. Freud mismo lo atestigua en sus estudios sobre arte. Es imposible hacer, como tal, psicoanálisis del arte. Utilizar determinadas categorías ayuda a iluminar parte de la condición política. Nada más
Si hasta aquí he seguido a detalle la reflexión de Weber, y a ella he añadido algunos elementos del psicoanálisis es con el doble objetivo de enmarcar desde la teoría y con solidez argumentativa un comentario que trascienda la mera noticia o el carácter anecdótico de la misma sobre la reacción del gobernador Rafael Moreno Valle, el pasado domingo 31 de julio, en relación a la posición de un sector social respecto al Viaducto Zaragoza.
Dado por descontado que nadie tiene por qué soportar los desplantes de funcionario alguno, por importante que sea, el comportamiento del gobernador revela la inmensa distancia que guarda con una verdadera cultura democrática, en general y, en particular, con una ética de la responsabilidad. En principio, hay que señalar que el malestar ciudadano se debe, en parte, a la falta de información sobre el proyecto y, en parte, a la incapacidad del Ejecutivo para defender dicho proyecto con argumentos sólidos y no con trillados lugares comunes, y mucho menos con amenazas o gestos de prepotencia. La carencia de argumentos no se suple ni con efectismo retórico, ni con mera voluntad histriónica.
Resulta ominoso para cualquier ciudadano ser tratado como un niño al que se le regaña cuando no obedece el mandato paterno. Sin embargo, ya hace muchos siglos, Aristóteles distinguió el espacio privado del político, de acuerdo a las formas de mando existentes en uno y otro. En el oikós, la forma de mando se establece a partir de la relación entre el padre y el hijo o entre el señor y el esclavo, es decir, la obediencia. En la polis, en cambio, la relación entre los hombre es de igual a igual, mediada por la palabra, es decir la capacidad argumentativa.
Un principio básico de la vida democrática es que nadie puede ser descalificado, a-priori, negándole el derecho a debatir y rebatir sobre los varios intereses que se juegan en la escena política, y mucho menos, criminalizarlo por las ideas que defiende. En política no hay enemigos, al menos que se duplique la posición de Schimtt, y sí opositores; a éstos no se les somete, se les convence para alcanzar el consenso, o para conseguir, al menos, los acuerdos mínimos de los que habla Rawls.
Resulta bochornoso, a estas alturas de la historia, escuchar a un mandatario, de quien suponemos un alto nivel educativo, defender una sola idea de progreso, o algún principio teleológico que rija la propia marcha de la historia, como si el gobernador se encontrara desfasado de los grandes debates del mundo contemporáneo, mucho más, en el contexto mexicano, cuando sabemos de los costos que ha implicado para el país el mito del progreso, desde el siglo XIX hasta nuestros días.
Pero lo peor de todo, es que el gobernador pretenda encarnar algún principio deontológico que lo sitúe a la vanguardia de la historia o como expresión de ella, como si de un profeta quiliástico se tratara.
Me aparto por igual de los críticos del Viaducto Zaragoza. Sin darse cuenta, tanto ellos como el gobernador comparten un punto de partida similar: el fundamentalismo. Es un engaño pensar que el patrimonio edificado de una ciudad sea intocable. Igual que el gobernador subroga la calidad de vida del ciudadano a una dudosa idea de progreso, los críticos del Viaducto Zaragoza subrogan esa misma calidad a una peligrosa, por atemporal, concepción de ciudad. El odio de las pequeñas diferencias, según Freud. Por el contrario, lo que deberíamos poner en la mesa de discusiones es cómo pensar tanto el progreso como el patrimonio edificado, en función, y sólo en función, de la calidad de vida de los ciudadanos.
En la misma conferencia, Weber afirma contundente:
"Una nación olvida el daño que se hace a sus intereses, pero no el que se hace a su honor y menos que ninguno el que se le infiere con ese clerical vicio de querer tener siempre la razón". Afirmación que no debería olvidar el gobernador Rafael Moreno Valle.
En algún lugar de Puebla, a 6 de agosto del 2011
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